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domingo, 31 de diciembre de 2017

UN LAMENTO MENOS

Nunca un abrazo dijo tantas cosas. No, este año no hay metas, ni objetivos cargados de nuevos y olvidadizos propósitos antes de que abramos los regalos de los Reyes Magos. Si es que tengo... porque tampoco es que pueda decidir el momento en el que los Reyes pueden entrar por la ventana. Lo único que termina es el tiempo. Termina el año... y si lo miramos desde otra perspectiva, a las 12 de la noche termina el día, casualmente la semana, el mes, y el año. Pero no creo que termine nada más. No se acaba la mala (o buena) suerte, ni terminan los plazos. No finalizan los tiempos secundarios, ni desaparecen la maldad, la ignorancia o los malos propósitos, ni lo cotidiano, ni lo ajeno, ni lo propio; ni lo bello o lo feo, lo pícaro o lo hermoso. Ni comienza nada, ni termina todo. Y si queremos que comience por coincidir con el año nuevo, volvemos a caer, una vez más, en el mismo error.

Sé que a veces no estoy a la altura, pero seguiré saltando para llegar a mis metas, y luchando por mejorar lo que tengo y lo que quiero conseguir. Las derrotas de algunos siempre serán las victorias de otros, y cambiando de año no ganamos nada. Sólo edad. 

Gana la de siempre. La nostalgia y la envidia de tiempos pasados que ya no volverán. Y ahí perdemos todos. El 2019 me dará la razón; mientras tanto, celebremos lo que podamos, y no sólo un fin de un algo llamado año pero que podría ser un sueño. O un lamento...

...lo que más nos duela. 

domingo, 24 de diciembre de 2017

ANHELOS DE MUERTE

Aquél día desperté de madrugada, tan temprano que aún era de noche. Lo recuerdo porque me asomé a la puerta de la cocina y allí estaba mi madre, cocinando, mientras la luz de la noche atravesaba la puerta que daba al patio. No me acuerdo si era 24 o 25 de diciembre. Y ya está. No recuerdo más de aquella casa, ahora inexistente. No recuerdo qué cenábamos, qué hacíamos o qué hablábamos. No recuerdo quien iba o venía, ni quien hacía la comida; ni la gente, ni la familia, ni la calle o los petardos sin sonidos ni envidia. Empiezo a olvidar incluso hasta mis propios recuerdos, así que no me voy a poner a intentar recordar mis inesperados olvidos. Ahora me viene a la mente un salón en exceso adornado. Siempre le gustó a mi padre. Y una cama de matrimonio repleta de juguetes, hasta la más lejana de sus esquinas. No necesito saber nada más; tampoco quiero...

La Navidad no existe. Sólo son recuerdos para los mayores, y deseos para los niños. Y claro, duele bastante. Los esfuerzos, a veces, son en vano. Hubo una vez un niño que buscaba las luces y los ruidos por cada rincón, que jugaba y soñaba con el corazón, que corría, reía y cantaba esa molesta canción que inundaba la casa, la calle, el cole, la vida, la iglesia... el interior...

...pero siempre, siempre, te haces mayor. Cada vez más mayor. Navidad sin hijas, sin celebración, despiertos de sol a sol, de luna a penumbra, frías, sin amor. Distantes. Solitarias. Viejas. De sangre enfrentadas y de miedos sin temor. Independientes. Sin luces, sin calor... Pero hay que saber comportarse. No quiero recuerdos recientes, ni espero ilusiones que cubran mi rostro de un mundo mejor.

Porque la Navidad no existe cuando te la roban por todos los costados. Con lazos quebrados y sacrificios de amor que discuten, discuten, discuten... 

...y siempre traen anhelos de muerte que jamás quisieron verte tras rezar por mis abuelos que vieron su último amanecer un día... sí, exacto. Un día de Navidad.

Esa que no existe.


sábado, 16 de diciembre de 2017

LO IMPORTANTE ES LO QUE IMPORTA

No podemos cambiar actitud por aptitud. Y sí, seguramente sea necesario ser apto para ser bueno, en el sentido de útil del individuo, sin pecar de precavido ni carecer de habilidad alguna. En algunos casos, el nivel no llega al lugar deseable, por mucho que lo intenten. En otros, se desbordan las previsiones y el orgullo hace acto de presencia adueñándose de todo cuanto puede. Hasta que no rocemos con los dedos lo que es seguro, no podemos dar nada por hecho. Todo esto se aprende, pero, aunque parezca contradictorio, seguimos siendo confiados. Craso error del ser humano. O simplemente de algunos. Sin crear obviedades ni salvar distinciones. El futuro se construye, y el pasado se olvida excepto si lo necesitamos consolidar. ¿Para qué? Para construir el futuro.

Sin embargo, la ingenuidad se debe de llevar en los genes, porque sigo sin adquirir experiencia en asuntos realmente importantes. Y lo importante es lo que importa; mientras, lo no importante solo importa a quienes no dan importancia a aquello que te permite construir el futuro anteriormente mencionado. Parece complicado de entender, pero es sencillo.

Basta con vivir y ser feliz con el día sin preocuparse demasiado de un futuro lejano, pero preveyendo, hasta cierto punto, el presente continuo y el futuro a corto plazo. De otra forma, dejaríamos todo al azar y tendríamos que improvisar demasiado.

Reconozco que a veces me equivoco con algunas personas que prometen mucho cuando no tienen nada en los bolsillos... ni siquiera tienen pena. Pero así somos los ingenuos... cargados de sueños que quieren ser ilusiones, o al revés.

Con, al menos, la esperanza de cambiar. De encontrar siempre algo mejor. Y por ese camino seguiremos... aunque tenga muchas curvas.

sábado, 9 de diciembre de 2017

ASÍ SOMOS

Así soy yo. Miel de limón, mostaza caramelo que pasea por el cielo sin brillo, sin dolor, como un reguero de amor que me mató sin mirarme, saboreando... tu canción. Destinos desiertos de prisas y zancadas inquietas de amargor. Así eres tú. Todo dulzura cargada de razón, mente, pasión, nubes en mi corazón, sentido de mi rabia y casualidad de mi oración. Te busqué en otro mundo y allí, allí mismo, encontré tu don. Así somos, cambiantes como mareas caminando por ese callejón... Ese que tanto conoces, empinado, bañado en oro y sol cuando el verano amanece por las ventanas de nuestro balcón.

No me gusta que me llamen amor. Llámame cariño, vida, llámame "chiqui", o búscame un color. Llámame como quieras, pero llámame... Que ahí estoy yo. Y no pulses el botón de apagar los sueños; que los sueños, sueños son y no tienen duración, se bajan de la cama y corren por el pasillo golpeando el frío suelo con el miedo y la pasión.

Así somos. Poseedores de pequeños sueños compartidos sin penas rotas ni grietas que se abran paso en la vida o en la flor.

Así somos los niños. Como tú; como yo.

sábado, 2 de diciembre de 2017

VIEJOS PASADOS

El pasado siempre será viejo. Porque lo nuevo, o es actual, o deja de existir en cuanto deja de ser nuevo. El pasado nos juzga, nos miente, nos delata... nos convierte en una especie de pseudo-autómatas que nos obliga a repetir, a imitar, o a igualar hechos y actos que una vez fueron erróneos y el resto del tiempo, según quien mire, pueden parecer acertados, aunque nos cueste admitirlo. El pasado está todo el tiempo convirtiendo en una encerrona tras otra cualquier motivo del presente que carezca, precisamente, de motivo. Nunca mejor dicho. Y, como pasado que es, lo odio; por los cuatro costados. Mide nuestra inteligencia emocional y convierte el presente en una rutina no deseada. Esto, desgraciadamente, es así. Luego está la gente que vive demasiada anclada al pasado o la que se desprende del mismo como quien pasa la hoja de un libro sin leerla. Lo complicado, como siempre, es encontrar el término medio. Podemos pasar toda una vida buscándolo y convertir nuestro presente en un pasado aburrido y obsoleto. Tal para cual.

Necesitaría todo un libro para explicar todo lo que cambiaría de mi pasado. No es arrepentimiento, no; es, simplemente, falta de madurez, supongo. Lo que hice mal hubiera querido hacerlo mejor, pero no supe. Tampoco es el momento de lamentar. Lo que hice bien también hubiera querido hacerlo mejor, más que nada porque eso es lo que aumenta la madurez de la persona; nunca estar satisfecho de lo que se hace, sabiendo que siempre se puede mejorar. Es lo que se llama experiencia. Lo que no puedo es imitar todo el rato mi comportamiento para agradar a mis compañeros de vida por el mero hecho de que siempre hubo un pasado mejor. La vida junta manos y crea vínculos conforme avanza, sin mirar la ventana que apunta a su retrovisor. Siempre avanza hacia adelante. 

Lo siento en el alma. Echamos de menos los momentos inolvidables, tanto los que quisiéramos volver a vivir como los que no quisiéramos ni recordar. Echamos de menos el pasado porque sabemos que no volverá. Envejecemos. Y no queremos envejecer... por eso echamos de menos, para bien o para mal. Pero la persona ligada al momento, realmente, si no me aporta nada, me es totalmente indiferente. Otra cosa es que me crean o no, pero bueno... eso ya no depende de mi. Así que no es algo que eche de menos, la verdad.

La vida olvida su pasado. Nosotros no. Ese es el problema.

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