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sábado, 23 de septiembre de 2017

LATIDOS PERDIDOS

Leí hace poco, no recuerdo dónde, que una persona se come una media de diez arañas a lo largo de toda su vida mientras duerme. No porque quiera comérselas, sino porque la araña entra donde no debe... No sé si esto será cierto o no, pero viene a demostrar que las cosas pasan casi siempre cuando no nos enteramos. No importa que durmamos o no. Pasan y punto. Luego, cada uno decide cómo le afectan. Odio la perfección. Debería estar prohibida en la mayoría de los casos. La debilidad que algunos muestran exteriormente compadece la fortaleza interior, pero esto no siempre tiene por qué ser así. Puede que yo no llore, o simplemente, puede que no me vean llorar. Eso no me hace inmune a la erosión de los acontecimientos que incumplen sus promesas. Siento, sufro y padezco, como todos. Y cometo demasiados errores al esforzarme en buscar la perfección...

No es mi estilo hacer algo mal porque sí, porque me da la gana. Existen demasiadas incompatibilidades cuando una tarea tiene simplemente más de una forma de ser realizada. La rapidez aumenta la probabilidad de errar, mientras que poner demasiada atención aumenta la probabilidad de no rendir. Y, como siempre, este es el enésimo dilema. No juzgo lo que hacen los demás, así que no puedo encontrar defectos ajenos en mi, que seguramente los habrá... pero, simplemente, los ignoro.

No es maldad, es otra cosa, llamémoslo desconocimiento, ganas de complacer o mera intención desinteresada. Pero no suele salir bien; lo sé porque, después de todo, soy como los demás. Todo me afecta como al que más... pero no lo aparento. ¿Y qué? De todas formas, como dije una vez, siempre nos juzgarán por nuestros errores. Aunque sólo tengamos uno y nuestros aciertos sean miles. Pero claro, éstos no pueden ser reprochados.

Cada latido que pierdo es una lágrima que guardo en mi interior.

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